Aurora en calle Cerrito
[...] creo que algo de todo esto tiene que ver con cierta superposición de realidades que percibimos rara cuando se nos pone enfrente, como pasa en esa maravillosa novela de China Miéville, La ciudad y la ciudad. [...]
ENSAYO
Gala Semich Álvarez
5/9/20246 min read


El 17/3 del 2023, un día húmedo y caluroso, uno de los últimos días de la ola de calor interminable que tuvimos aquel verano, a eso de las 10 de la mañana me tomé el colectivo 101 para ir al hotel NH Tango ubicado sobre la calle Cerrito, casi frente al Obelisco, y a las 11 y media de la mañana, más o menos, Aurora salió del ascensor, cruzó las puertas que se abrieron automáticamente y apareció en la vereda.
Tenía uno de sus vestidos inclasificables y hermosos. Es bajita (raro en las personas nórdicas), rubia y amorosa. Ya se había cortado las mechas a los costados de la cabeza, ese peinado que ya se hizo icónico, así que ahora tiene todo el pelo parejo. Se puso enfrente nuestro y empezó a hablar. Yo había sacado el teléfono, pero las manos me temblaban, como siempre que me pongo nerviosa, sea cual sea la razón. La mano derecha me temblaba más y eso se puede ver claramente en alguno de los videos que llegué a grabar. Saqué también algunas fotos, casi sin pensar, porque en ese momento no pensaba en nada (o pensaba en todo al mismo tiempo y eso al final se traduce en no estar pensando en nada específico) ¿Cómo era posible que la persona que más admiro, que me genera un amor y una emoción tan especial, esté ahí, a unos metros nada más, hablando como si nada, sonriendo, padeciendo el calor húmedo y asqueroso de principios de este año, igual que todxs los demás, igual que cualquier persona que pasa a esa hora, ese viernes 17/3, por la calle Cerrito? Aurora hablaba, pero yo no escuchaba nada. Por el movimiento de las demás personas que estaban ahí conmigo entendí que quería que nos sacáramos una foto todos juntos. Los dos guardaespaldas del hotel (siempre con cara de mala onda, como si fuéramos a avalanzarnos encima de ella y molestarla o lastimarla) nos ubicaron a su espalda y creo que uno de ellos sacó la foto. Aurora está adelante de todo, arrodillada, sonriendo. Yo estoy más o menos en el medio, a su derecha, también arrodillada porque soy alta y podía estar tapando a los de atrás. Tengo una mano en el pecho, la cara llorosa y parezco casi en trance. Suele pasar en este tipo de experiencias que la gente se olvida de lo que pasó. Si no tuvieran la evidencia física (un video, una foto), probablemente no recordaran nada. La justificación es completamente científica, algo en el funcionamiento del cerebro (no podría repetirla acá porque no me la acuerdo y seguro estaría diciendo cualquier cosa).
Hace unos días le mostré esa foto a mi amigo Martín, le hablé de ese momento y se me llenaron los ojos de lágrimas. Le comenté que era una cosa extrañísima estar frente a alguien así, una experiencia surreal. Pero al final termino cayendo en lugares comunes para describir la situación, por ejemplo al decir que parece un sueño, porque no es eso lo que parece. No sé bien qué parece pero es rarísimo y prácticamente indescriptible. Es que sí, me dijo él, porque estás viendo en la cotidianeidad a alguien que está fuera de todo tipo de cotidianeidad. Y esa frase es perfecta porque resume lo que es su música, su arte, toda su persona. No hay nadie como Aurora, y verla en persona, sobre la calle Cerrito, ahí nomás del Obelisco, una de las zonas más emblemáticas de la ciudad de Buenos Aires, un día cualquiera a media mañana, es como una fractura en la realidad, algo que no encaja, casi de ciencia ficción. Personas pasaban al lado nuestro, mirando sus celulares o pensando tal vez en que llegan tarde a tal o cual lugar. Toda la situación me recuerda un poco a este meme:


(se podría completar la imagen con algo del estilo de “they don’t know Aurora is walking around Buenos Aires” o “they don’t know Aurora will take a picture with a Callejero Fino poster behind her”).
Creo que algo de todo esto tiene que ver con cierta superposición de realidades que percibimos rara cuando se nos pone enfrente, como pasa en esa maravillosa novela de China Miéville, La ciudad y la ciudad. Hace unos días salí del cine después de ver Asteroid City y luchar por no dormirme cuatrocientas veces a lo largo de la escasa hora y cuarenta y cinco que dura la película, y entré en un Kentucky a almorzar (aunque la película terminó a una hora en la que sentarse a comer entra en una zona difusa entre un almuerzo tardío y una merienda demasiado temprana). Gustavo Grabia iba por Corrientes y cruzaba Uruguay para el lado de Callao. Una vez lo vi a Gabriel Arias, arquero de Racing, también por calle Corrientes, de la mano de su hija. Es altísimo Arias, flaco, y se viste como cualquier jugador de fútbol. Remeras lisas y pantalones gastados pegados a la piel. Viajando en el 44 lo vi a Alejandro Apo. Cada vez que cuento estas anécdotas la gente suele preguntarme “¿y cómo es? ¿Se parece al de la tele?”, como si la imagen de la persona que vemos por televisión fuera por definición diferente a la que veríamos eventualmente en persona. Cuando vemos a gente de la tele ahí, enfrente nuestro, la porción de la realidad que pertenece a la televisión, al medio, se superpone con la porción de la realidad que percibimos más real, el mundo físico que todos compartimos. La extrañeza creo que viene un poco por ese lado, por entender, por hacer conciente, que el mundo que percibimos real, físico, también puede ser (y es) compartido por gente que solo vimos en otro aspecto de la realidad, en una imagen transmitida por televisión. Y con Aurora es todavía más raro, porque lo que yo identifico con ella no es solamente una imagen vista en YouTube, cuando veo sus entrevistas, o en Instagram, cuando repaso fragmentos cortos de sus conciertos, sino más bien música, un sonido que me llega a través de un auricular y que ni siquiera tiene necesariamente una imagen asociada.
Tengo una foto con Aurora. Ella se apoya en mi hombro derecho y sonríe como siempre. Yo salgo horrible, porque odio sacarme fotos y el ángulo de la cámara es bastante feo. Tengo el estuche para la SUBE, verde, firmado por Aurora. En el momento en que veía que empezaba a firmar cosas me desesperé, porque no tenía absolutamente nada, ni siquiera uno de sus tickets que guardo en la billetera que no le sirven a nadie y que siempre terminan en el tacho de la basura. Qué le puedo dar, pensé, y rápido (raro en mí) agarré la SUBE, se la acerqué, y la firmó. ¿Se habrá preguntado qué sería ese cacho de plástico verde? ¿Por qué una fan le alcanzaría eso para que firme y no un papel, una foto de ella, un dibujo, una remera, la propia piel para un posterior tatuaje? Por supuesto que me compré otro estuche y el firmado por Aurora descansa en el primer estante de mi biblioteca, protegido con un papel film, cerca de mis libros de Philip Dick (lugar privilegiado si los hay).
Tengo otra foto con Aurora, junto con todas las demás personas que fueron a verla. Mi segunda foto con Aurora es compartida, lo cual es bastante especial. Esa foto está en el feed de su perfil en Instagram. Puso un comentario cortito: “ARGENTINAAAAA”. Argentina, con cinco letras “a”. Es la única foto que subió con fans en su recorrido por Latinoamérica. Estoy en el Instagram de Aurora. Tengo una foto con Aurora. Intercambiamos dos palabras. Le pedí perdón en nombre de todxs por estar un poco intensxs para sacarnos fotos con ella. Me respondió que estaba todo bien, que no pasaba nada. Estoy en el Instagram de Aurora. Tengo una foto con Aurora y un estuche para la SUBE firmado por ella. Lo repito como un mantra a ver si en algún momento deja de ser una imagen borrosa y se transforma en algo real, aunque a decir verdad habría que ver si quiero realmente esa transformación. Tal vez sea mejor protegerlo siempre dentro de ese mundo de ciencia ficción que a veces puede presentarse terrible pero a veces también muy bello.
GIROS
Giros nace a comienzos de 2021, cuando la primera etapa de una joven cuarentena ya había pasado y sólo quedaba la incertidumbre de ver el mundo desde nuestras pantallas, un mundo en el que todo tenía una fecha de vencimiento cada vez más corta. Con la convicción contraria de la inmediatez y a partir de las obras de artistas sin los contactos necesarios para participar en los grandes medios, Giros publica su primera edición en febrero de ese mismo año.
Fundada por Gonzalo Selva (estudiante de cine), a los pocos meses se incorporan al equipo Joaquín Montico Dipaul (oriundo de Ingeniero White) y Gala Semich Álvarez (Licenciada en Letras).
Después de un año y medio Giros construye una comunidad y brinda la posibilidad a escritores, periodistas, ilustradores, poetas, fotógrafos de publicar sus primeras (segundas, terceras y cuartas) obras.
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