El mar une, el lenguaje divorcia

Prólogo de Obras completas I. Poliestileno, libro de Joaquín Montico Dipaúl.

ENSAYO

8/3/20244 min read

Por: Joaquín Montico Dipaul

Ingeniero White, 1991. Su primer libro se llama Obras completas I - Poliestileno. Escribió papers para revistas académicas, artículos de crítica literaria para Infobae, Estación Libro y medios independientes. Dicta talleres de lectura y escritura. Tiene un Máster en Escritura Creativa por la Universidad Tres de Febrero. Forma parte del equipo de Revista Giros.

Y sin embargo no es poesía. Es un texto escrito originalmente en un bloque prosaico sin puntuación que pidió ser modificado. Como si hubiera dicho “no soy el monólogo de Molly Bloom, nunca lo seré, pero puedo mejorar si me das aire”. Que esté escrito en verso es un hecho aleatorio; así como las gaviotas graznan y no rebuznan ni hablan como porteñas chetas. Porque formas de dar aire hay muchas. Pero quedó así, en verso y de corrido hasta la parte donde el lector teatrista le devuelve la puntuación al obediente narrador.

Aunque se haya perdido el bloque, sigo creyendo que el texto tiene que ser leído de corrido a la velocidad de un tema punk. Es una invitación a un pogo, pero a uno chico, de una bandita donde cuatro o cinco nos cagamos a patadas; es una invitación a gritarle a un tren andando, a aburrirse y no entender nada.

Ya se dijo, la nueva disposición espacial es fortuita. No hay (nunca hubo) entre verso y poesía un signo de igual.

El lector es un problema grave

Un lector ideal tiene características biográficas muy parecidas a las mías. Probablemente sea yo el único lector de este texto. Las estadísticas no mienten: entre diciembre de 2022 y enero de 2023, diecinueve personas recibieron una primera versión de 78 páginas de las cuales cero me dio una respuesta. No me refiero a largas y acabadas devoluciones. Nada. Quizás leyeron y les pareció terrible por lo que enterraron el texto en el sueño último del olvido. Aunque tampoco hubo intentos demagógicos. No es que me guste especialmente este tipo de lectores, pero entre cero y un demagogo, me quedo con el segundo. ¿Y entonces por qué escribir? Por la misma razón que tomo café y no té: me da taquicardia. Pero también creo que escribo por la misma razón que expongo victimizado que no me leyeron: por resentimiento. Creo que es una de las fuerzas que me caracterizan como mono lector. En definitiva, no hice más que leer algunos textos que ganaron mi obsesión y que en el desborde por plasmar esa obsesión emergieron vulgares intentos de plagio. He aquí una muestra.

Una segunda versión más acotada (porque achiqué la letra y el interlineado) tuvo un único lector: un amigo que lee libros que recibe por correo de una de las empresas de Santiago Llach. “Por qué no volvés a los cuentitos”, recomendó.

Y volví a los cuentitos, pero los metí en este sistema versificado. Por eso, de un momento a otro, en la segunda parte del libro, el texto se frena, cambia de tono y narra una historia y después otra y otra. Se colaron entre los versos y a la fuerza Miguel Grave, Larry-Larry, Úrsula y Garlo para intentar frenar un tren que partió descarrilado. Son invenciones que nacieron queriendo ser parte de una tradición de personajes inolvidables como Emma Bovary o Bouvard y Pécuchet; Francisco Real, cualquiera de los Acevedo o Juan Dahlmann; los hermanos Garay, Tomatis o Washington Noriega; Erdosain, Barsut o el Rufián Melancólico; Luis María o Borgestein.

Aunque el personaje principal, que da comienzo al libro y pretende anudar todo lo que pasa, es el lector: depositario feudal de estos versos al aire y voz imaginaria del esquizofrénico narrador que, odiando, intenta satisfacer los presuntos pedidos literarios con obediencia servil.

Por momentos creo que el lector al que va dirigido el texto es más parecido a una idea (errada) de mercado. Porque un lector es un problema total. Que puede o no escribir sus lecturas. Que puede o no ser escritor. Puede o no anotar cosas en el soporte que use para su lectura. Que puede o no quedarse en los argumentos, en los temas. Que puede o no ser un lector ultraformalista. Que puede o no ser distraído o salteado. Que puede o no ser lector de comienzos.

Lo que creo realmente es que el lector, como dice Montalbetti del poema, carece de nada.

¿Una poética?

En 1910 el poeta Enrique Banchs escribió: “Cuando el sol comienza a caer y la noche demasiado oscura llega, White se transforma. Los tripulantes de los barcos salen a tomar un trago y a buscar un poco de diversión. Es una verdadera comunión de razas y lenguas. La concurrencia es toda de marineros unidos por la vida idéntica, por la fraternidad del mar y divorciados por el lenguaje”.

Con esta cita entendí que las intenciones herméticas de mi escritura son previas a las lecturas de Héctor Libertella, Néstor Sánchez o María Moreno. Este hermetismo es un rasgo constitutivo de mi barrio, es la ontología del ser whitense. Siguiendo con esta tradición barrial, mi familia y amigos me construyeron un idiolecto. En esas formas privadas del habla se esconden las mejores y más terribles anécdotas que nunca usé como material.

Dentro de la primera parte del libro se encuentran textos en dos velocidades: la celeridad epistolar que interpela al lector y la narrativa de los cuentitos que se frenan.

La segunda parte del libro es una conversación entre dos actores (uno hace de Macedonio Fernández, otro de Witold Gombrowicz). El café Rex y una pensión se superponen en tiempo y espacio. Luego se suma un actor que hace de Virgilio Piñera para inspirar una posible escena de la traducción del Ferdydurke. Por momentos el escritor cubano (que muchas veces se comunicaba en francés con Gombrowicz) habla a través versos de Severo Sarduy y de la canción popular cubana Guantanamera.

Que del problema de la extranjería y las traducciones se ocupen otros.

En la tercera parte intenté dejar en evidencia la totalidad de mis intenciones en homenaje a Gide, Lenin y Mario Ortiz quienes me enseñaron que en la escritura y otros contextos explicar es un buen ejercicio. Pero como alumno de Héctor Libertella y María Moreno lo tuve que hacer lo más herméticamente posible.