La casa-piedra
Harry y Dumbledore caminan por una King’s Cross desierta, salvo por ellos dos y el cuerpo baboso y encogido de lo que parece un Voldemort primitivo; la estación está completamente blanca, tan blanca que todo parece pertenecer a lo mismo, tan blanca que ver se hace difícil. Es la King’s Cross de los fantasmas, de las entidades no físicas, de la niebla y del blanco que refleja alguna luz cegadora cuyo origen se desconoce.
ENSAYO
Gala Semich Álvarez
7/23/20226 min read


Cada tanto me pregunto cómo es que algunas imágenes, frases, palabras se me aparecen en un lugar de la mente, en algún lugar inexistente físicamente, pero que de alguna manera existe, al que difícilmente podamos acceder, y me exigen escribirlas, decirlas, darles algún tipo de materialidad, una materialidad diferente a la que parecen tener en ese momento inicial en el que aparecieron, repentinas y muchas veces ya completas, formadas, sin nada más que agregar o eliminar. ¿Qué hay que hacer con esas imágenes? ¿Por qué tantas veces tengo esa necesidad (porque no sé qué otra palabra o concepto se puede usar para describir ese momento) de cambiarle a la imagen su entidad, o por lo menos cambiarla de ámbito, hacer que se extienda, se separe y esté disponible para otros, para que otros la lean, la escuchen, la ignoren, la discutan, se enojen con ella, se emocionen con ella, la hagan propia, la reinterpreten, la contradigan, la juzguen, la desvaloricen o la sobrevaloricen, le den un estatus o entidad que nunca tuvo ni tendrá? ¿Es que solo puede tener categoría de realidad algo que no solo nosotros sino otros también pueden reconocer, categorizar, repetir o desestimar? Quizás mi escena favorita de todos los libros de Harry Potter, o por lo menos una de las que más recuerdo, después de tantos años ya, es esa en la que Dumbledore, convertido ahora en fantasma, imagen, categoría mental o solo un nombre con cuerpo, está caminando con Harry por la estación de King’s Cross, que ya no tiene el bullicio habitual que cualquier estación concurrida de tren tiene, y más si es un punto en el que coinciden dos comunidades, la mágica y la no mágica, aunque solo una tenga conocimiento de la otra. Harry y Dumbledore caminan por una King’s Cross desierta, salvo por ellos dos y el cuerpo baboso y encogido de lo que parece un Voldemort primitivo (o, tal vez, ya consumido); la estación está completamente blanca, tan blanca que todo parece pertenecer a lo mismo, tan blanca que ver se hace difícil. Es la King’s Cross de los fantasmas, de las entidades no físicas, de la niebla y del blanco que refleja alguna luz cegadora cuyo origen se desconoce. Harry y Dumbledore hablan de muchas cosas y, al final, Harry pregunta algo así: ¿esto que está pasando es real o está solo adentro de mi cabeza? En la distinción que hace Harry, en el gesto de separar dos estados diferentes, es en donde me paro yo cuando me pregunto qué tipos de realidades existen en el momento en que una imagen aparece y la necesidad de escribirla se hace inmediata. A primera vista Dumbledore responde con el misterio y la ambigüedad que lo caracteriza: que esto esté pasando en tu cabeza, Harry, no significa que no sea real. Pero esta respuesta no es ambigua, en realidad: es bien clara. Lo que pasa dentro de tu cabeza también puede ser perfectamente real. No es un sueño, no es una visión, no es un recuerdo. La entidad de esta escena es enigmática, porque no se sabe dónde pasa. ¿En qué plano de la realidad, de las realidades, se encuentran escenas como estas, o las imágenes que de pronto veo y tengo la necesidad de escribir? Cuando las escribo, ¿estoy pasando a otra realidad, a una realidad más física que la que ocurre en mi mente, o donde sea el lugar en el que las imágenes aparecen?
La imagen que me motivó a escribir esto es la de alguien que mira y ve una casa, toda de piedra. Pero no es, en realidad, una casa de piedra. Es una casa-piedra. Casa y piedra están juntas, no hay ninguna preposición que subordine piedra a casa. Las dos palabras están al mismo nivel, ninguna es más importante que la otra. Es la casa-piedra. Que sea una casa y el hecho de que sea piedra son igual de fundamentales. La casa-piedra es una casa porque es evidente que tiene forma de casa: hay una puerta, hay ventanas, y adentro hay sillas, mesas, armarios, alfombras y lámparas. La casa-piedra es piedra porque sobre ella se construyó la casa. Es el único material que hay en la casa-piedra. Todo es piedra en la casa, sobre la casa, adentro y afuera de la casa. Todas las cosas están quietas, porque son piedra y la piedra, sola, no se mueve. Me pregunté, o se preguntó quien estaba mirando la casa-piedra, que no sé si soy yo: ¿hay personas dentro de la casa-piedra? Sí, hay personas, respondió alguien, o respondí yo, solamente porque quería que la imagen tuviera personas-piedra. Las personas-piedra tampoco se mueven, porque son piedra, y la piedra, ya lo sé, no se mueve a menos que alguien haga algo para que cambie de posición. Pero al mismo tiempo puedo saber que todas esas personas-piedra estuvieron haciendo algo. Alguna de ellas tiene una pierna adelante de la otra. ¿Habrá estado caminando, cruzando de un cuarto al otro? Otra de las personas-piedra está sentada en el sillón, con las manos sobre las zapatillas. Tal vez estaba atándose los cordones, o ya se los había atado y solo estaba esperando a hacer el último ajuste del nudo y volver a enderezarse, ¿cómo saberlo? ¿Cómo saber qué pasó antes o qué pasaría después, si la imagen solo me muestra un momento único, estático, en esa realidad que pasa convencionalmente en mi cabeza aunque eso no le saque estatus de realidad posible? La imagen de la casa-piedra no tiene colores. Pienso que todo es gris. Del exterior de la casa-piedra no puedo ver nada, porque la imagen se me aparece solo hasta un punto, y ese límite no puedo superarlo, ni correrlo. Aunque en realidad, pienso ahora, mientras transcribo esa imagen, o intento hacerlo, a estas páginas, ¿no estoy modificándola en algún sentido? ¿De verdad permanece intacta cuando produzco ese cambio, ese traspaso? ¿O hay algo que se pierde, algo que se agrega, o algo que simplemente se modifica? ¿Dónde estaba esa imagen y dónde está ahora? Quizás el hecho de escribirla, de convertirla en palabras, no la saque de un lugar para ubicarla en otro, sino que, en realidad, lo que pasa es que le permite estar en más de un lugar al mismo tiempo, como si en el combo viniera un giratiempo incorporado. Sigue estando ahí, en su lugar original, ese lugar que convencionalmente podría ser la cabeza, la mente, el pensamiento, pero también está acá, primero sobre el cuaderno que uso para escribir y después expuesta en un procesador de texto cualquiera; puedo releer lo que escribí y recordar esa imagen, volver a evocarla, pero sé también que la primera imagen que vi y lo que escribí un poco más arriba no son ya la misma cosa. Hay algo que las diferencia, pero no sé exactamente qué es. ¿Es esa distancia que produce la escritura, esa distancia que hay entre lo que vi y lo que escribí? ¿Es el hecho de que ahora, habiendo salido de ese lugar nebuloso, parecido al agua, parecido también a esa King’s Cross fantasmal, en el que las cosas se mueven, aparecen, desaparecen sin que yo ni nadie tenga mucha autoridad para decidir qué se mueve, qué aparece, qué desaparece, cómo y en qué momento, ahora extienda sus posibilidades y pueda afectar otras cosas, otras realidades, otros planos de una misma realidad? ¿Es esa distancia que observo, la diferencia entre el estado original de esa imagen que vi, que podría no tener ningún sentido, ninguna razón de ser más allá de disparar esto, y la forma que adoptó ahora, transformada en las palabras que intentan describirla? ¿Qué pasaría si, de pronto, veo la imagen de la casa-piedra en una película? Mi imagen de la casa-piedra, la que yo vi en ese lugar nebuloso, de reprende tendría competencia, una competencia más física y concreta. ¿Podría seguir viendo la mía, la original, ignorando la otra, la que tampoco quise ver pero terminé viendo? Sospecho que mi casa-piedra tomaría la forma de la otra casa-piedra, la no original, solo porque la segunda casa-piedra tiene otro tipo de realidad. No es más real una que la otra; que la casa-piedra original solo haya ocurrido en mi cabeza no tiene nada que ver con su categoría de realidad. No hay una contradicción entre el lugar en el que apareció y su pertenencia a una o muchas realidades simultáneas. Quizás la única diferencia sea que la segunda casa-piedra, la que eventualmente podría ver en algo ajeno a estas páginas, alcanzó una materialidad que la primera casa-piedra, cuando estaba ahí vagando por esa King’s Cross mental, blanca y demasiado iluminada, todavía no había alcanzado. ¿Será esa, al final, la diferencia? ¿Una cuestión de materialidades? ¿Será de ahí de donde viene la necesidad de escribir esa imagen, ese sentimiento de que escrita, plasmada en un papel, ya no puede desaparecer? ¿Y si en la King’s Cross de los pensamientos también puede quedarse? Quizás aparezca y desaparezca aleatoriamente, cuando ella tiene ganas y no cuando yo tenga ganas de que vuelva a aparecer. Será por eso que siento esa necesidad de escribirla; como si así, transformándola en algo que con el tiempo puedo seguir viendo, sintiendo, leyendo para mí y en voz alta, evitara que se me escapara; así, tal vez, evitaría que quedara librada solo a la decisión que pueda tomar alguien dentro de ese lugar en donde alguna vez apareció.
GIROS
Giros nace a comienzos de 2021, cuando la primera etapa de una joven cuarentena ya había pasado y sólo quedaba la incertidumbre de ver el mundo desde nuestras pantallas, un mundo en el que todo tenía una fecha de vencimiento cada vez más corta. Con la convicción contraria de la inmediatez y a partir de las obras de artistas sin los contactos necesarios para participar en los grandes medios, Giros publica su primera edición en febrero de ese mismo año.
Fundada por Gonzalo Selva (estudiante de cine), a los pocos meses se incorporan al equipo Joaquín Montico Dipaul (oriundo de Ingeniero White) y Gala Semich Álvarez (Licenciada en Letras).
Después de un año y medio Giros construye una comunidad y brinda la posibilidad a escritores, periodistas, ilustradores, poetas, fotógrafos de publicar sus primeras (segundas, terceras y cuartas) obras.
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