Las Grietas
ENSAYO
Camila Savage
11/5/20255 min read
Por: Camila Savage
Camila Savage tiene 24 años, es una estudiante de comunicación y trabaja en el periodismo musical emergente. Escribió en medios como Interzine e Indie Hoy. Tiene dos cuentos publicados en diferentes antologías y está por sacar primer poemario "Reminiscencias" con la editorial Halley.


Los primeros fríos de otoño se hacen sentir sobre una plaza vacía, eterna, reservada para la ocasión. Son las cuatro de la mañana y dos personas que, hace poco eran extraños, no dejan de hablar. El círculo Sanmartiniano de Buenos Aires, presencia entre sus bancos y árboles; miradas furtivas, latas de cerveza y risas entre colillas de cigarrillos. Parece guionado, falta la voz de un director que grite “¡corte!”, pero eso no sucede.
Somos una generación ahogada en tiempos solitarios y aterradores, en donde los contextos parecen inverosímiles, sobreestimulados por noticias apocalípticas sacadas de thrillers de terror. Para lograr salir de ese estado de indefensión, es vital conectarse con las personas: charlando, generando lazos fuertes, amistades duraderas. Somos una generación que está colectivamente vivenciando cómo la interacción es difusa; donde si es que uno se siente valiente, lo natural parece ser acercarse a alguien por redes sociales.
Tengo 24 años, y el acercamiento espontáneo a gran parte de mi círculo de amistades nos parece un mito. Conocer a alguien, simplemente por estar dispuesto a quebrar la incomodidad y conversar con un completo extraño, da la impresión de ser una historia de un padre, imposible de aplicar. Cuando justamente, en una sociedad que se caracteriza por su especificidad de nichos y particularidades, ¿no tiene sentido conectar con una persona que tiene tus mismos intereses? ¿No deberíamos reforzar los lazos sociales frente a la incertidumbre?
Conocí el mundo de David Lynch hace relativamente poco, y no tardé en convertirlo en una de mis obsesiones de cabecera. Entendí por qué mucha gente lo admira como persona y director. Su filmografía creó un universo propio tan característico que solo puede ser comprendido dentro de sus propias reglas. Un elemento lynchiano que me fascina de su obra es cómo siempre está jugando con los bordes de la ficción y la realidad, dejando siempre portales entre la aparente fantasía y la realidad de lo que ocurre, apostando siempre a más: a que el espectador intérprete y se cuestione ¿qué es lo real y qué construimos?, o más bien ¿en base a qué interpretamos lo que construimos?
A partir de estas dos ideas planteadas en los párrafos anteriores, que parecen no estar vinculadas, surge la secuencia que pretendo abordar. Hay un elemento mágico e intangible en las conexiones humanas que no pueden ser reemplazadas y que, a su vez, nos cuesta cada vez más generar. Lo lógico es frecuentar espacios acordes a los gustos de cada uno, en los cuales personas con intereses similares están presentes; no buscando el fin en sí, sino estando abierto a las posibilidades presentes, pasando la barrera de la timidez. Y allí es donde reside la verdadera razón de la incapacidad de conectar: el miedo al rechazo.
Estamos inmersos en una epidemia restrictiva de vínculos y depresiones. Esto es fruto de pensar que lo peor que nos puede pasar es ser rechazados. Vivimos tan ensimismados en nosotros mismos que creamos, en nuestra imaginación, un registro imaginario de rechazos que solo destruye posibilidades, ya que en el rechazo no hay nada más que sacarse la duda y luego seguir.
Uno lee constantemente estadísticas cómo: la suba de la tasa de suicidios adolescentes, que uno de cada cinco jóvenes tiene depresión, que Argentina es una de las poblaciones que más psicofármacos utiliza de la región. Somos el reflejo de una sociedad enferma, que se esconde en su dolor y no parece recordar, que la salida siempre es colectiva.
El Museo MALBA (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires) ofrece ciclos de cine nocturnos con selecciones muy curadas y especiales, dirigidos por Christian Aguirre. Un sábado de abril, mostraban la película Wild At Heart de David Lynch; una de las pocas películas de Lynch que nunca había visto hasta el momento. Pretendía ir con una amiga que terminó cancelando, así que fui sola. No iba a perderme la película simplemente por no estar acompañada.
Llegué al lugar algo ansiosa; al ver que la mayoría de las personas que estaban allí estaban en grupos, fingí no darle importancia, me fumé un cigarrillo y pasé adentro a retirar mi entrada. En la fila registré de reojo a un extraño, me llamó mucho la atención, pero no quise mirar demasiado para no incomodar. Retiré mi entrada y me dirigí a la sala, en donde opté por sentarme en un costado, dejando varios espacios libres a mi alrededor. Rodeada de grupos que conversaban en la sala que no dejaba de llenarse, alguien se sentó a una butaca de distancia. Era la persona de la fila. Nerviosa, aguardé unos minutos mirando Instagram (no fuese cosa de que estaba esperando a alguien) y pregunté si le molestaba que dejara mi abrigo en la butaca que nos separaba. Contestó que no había problema. Y no sé de dónde saqué el coraje para preguntarle: “¿Vos también viniste solo?”.
La película de Lynch me fascinó. El camino del antihéroe de Sailor, protagonizado por Nicolas Cage, y los obstáculos que se le presentan. Las continuas referencias al Mago de Oz son extraordinarias. Para empezar, los zapatos rojos de Laura Dern haciendo alusión a los zapatos de Dorothy. También el arquetipo de la madre posesiva y controladora de la protagonista , similar a la Bruja del Oeste. Incluso la bruja buena que aconseja a Sailor al final de la película es una referencia clara. Además, los personajes bizarros que realizan William Defoe e Isabella Rossellini son un sello del cineasta. Con semejante película, la noche ya era perfecta.
“¿Qué te pareció?” me pregunta saliendo de la sala. Comentamos la película y hablamos del director. La película terminó hace una hora y el tiempo parece suspendido. Esta ciudad furiosa, parece concedernos el espacio, pocos autos pasan, y no hay gente ni ruidos. Los interludios del diálogo son abrazados por un silencio cómplice, que no incomodan.
Vivimos esperando un accidente, que algo ocurra. David Lynch en su genialidad habla mucho sobre el mundo de las ideas, cómo pescar ideas para gestar un proyecto creativo. Sí a nuestra vida la empezamos a valorar como un proyecto creativo, entendiendo la finitud del tiempo y la ridiculez que conlleva vivir esperando algo. El foco cambia. Hay una grieta pequeña, donde el velo está bajo y la ficción y la realidad se entremezclan, que solo es posible visibilizar en el encuentro. La verdadera revolución a la epidemia de soledad, es dar el salto, exponerse y acercarse.
Los extraños se despiden, no esperan ni necesitan más que esa noche perfecta en sí misma. Prometen volver a verse, aunque a diferencia de las películas eso puede no concretarse. Mientras pasa una bicicleta de delivery cantando a toda velocidad y grita, “ ¡Bésala!, ¡Bésala!”. Nos reímos, otro elemento descolocador, sin sentido alguno, enviado desde algún rodaje del que no somos parte. De parte del jazmín nocturno, David Lynch.
GIROS
Giros nace a comienzos de 2021, cuando la primera etapa de una joven cuarentena ya había pasado y sólo quedaba la incertidumbre de ver el mundo desde nuestras pantallas, un mundo en el que todo tenía una fecha de vencimiento cada vez más corta. Con la convicción contraria de la inmediatez y a partir de las obras de artistas sin los contactos necesarios para participar en los grandes medios, Giros publica su primera edición en febrero de ese mismo año.
Fundada por Gonzalo Selva (estudiante de cine), a los pocos meses se incorporan al equipo Joaquín Montico Dipaul (oriundo de Ingeniero White) y Gala Semich Álvarez (Licenciada en Letras).
Después de un año y medio Giros construye una comunidad y brinda la posibilidad a escritores, periodistas, ilustradores, poetas, fotógrafos de publicar sus primeras (segundas, terceras y cuartas) obras.
Giros busca ser un espacio para todo aquel que tenga algo para decir o mostrar.
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