Rey
NARRATIVA
Gonzalo Molinari
5/26/20247 min read
Por: Gonzalo Molinari
Nacido en Carlos Tejedor, pueblo, el 5 de junio de 1997. Licenciado en Ciencias Políticas con posgrado en Estudios Chinos. Miembro de Estudios Patagónicos (https://www.estudiospatagonicos.com.ar/). Escritor, cantautor y artista marcial. Participó en la publicación de su ciudad natal "Escritores al desnudo" con un compendio de poemas titulado "El tamaño de las cosas" en 2022. Movilizado fundamentalmente por los versos gauchescos de la milonga campera, sus paisajes y sus gentes. Estilo poco ortodoxo influenciado por la épica griega y la epopeya renacentista hasta el realismo ruso y principalmente la literatura latinoamericana.


La mañana fue de niebla. Al cabo de un rato, la sombra se transforma en castillo, asomándose como una gran piedra sobre la montaña. Los hombres que allí transitan más a lo cerca transportan un cautivo. La gran piedra del dominio se rodea de personas, animales y bosques. Dentro de la construcción ya antigua hace tiempo, el preso es conducido hacia los aposentos del soberano. Su aposento, el salón, el castillo y la tierra eran la misma cosa. Descansaba sobre su trono. Hombre de manos grandes y mirada saturna. Sin cuidados, es postrado sobre sus rodillas el hombre sin ley.
–Quien hace de la especulación un oficio puede verse envuelto en su propia perfidia ¿Quién es tu señor, bravo varón? ¿A quién responde tu espada ensangrentada? Puedes erguirte o permanecer de rodillas, pues no merezco más respeto que el que emane de tu corazón ahora. ¿De qué respeto es capaz el hombre temeroso? No sería respeto a este señor, sino al eterno oscuro. Habla pues, bandido de los montes.
–Mi señorísimo, no descarte usted la virtud del oficio, cual sea su naturaleza. Dios arroja al hombre y lo mata al abandonarlo. Mi corazón no responde a señor ni a Dios alguno, como usted bien sabe. No soy pues ave de rapiña, sino lobo de pradal. No remonto vuelo, ni me atemorizo ante el grande. Solo de mi depende mi bien, señor. No he conocido otra grandeza que la regia montaña y el oso fiero. Y pocos hombres hicieron justo su nombre frente a mi filo. Mis respetos señor, pues me ha brindado la ocasión de expresarme frente a usted antes de lo que sea que me depare su veredicto.
–Vivo es tu corazón, pero solitario. ¿Qué respeta usted, pues, además del oro? ¿La sabiduría?
–Mi señor, sabiduría no conozco ni me sirve, como al sabio no serviría mi espada.
–Hay verdad en lo que tú dices, bandido. ¿Pero a dónde te ha llevado semejante imprudencia? A las puertas de un severo señor que ha de decir tu suerte.
–Señor mío, mi suerte está echada y no hay quien la eche dos veces. No he de confesar crimen, ni lamentarme inútilmente. Bien sabe que he tomado la vida de sus hombres por interés propio. Más he de decir, hombres temerosos han sido hasta el final, ofreciendo moneda y amuleto vanamente, perdiéndose en su propia alma. Usted pregunta qué atributo es objeto de mi estima, señor excelente, y la respuesta es el honor. Hombre malo y santo no serían hombres sin honor, sino solo plantas o animales. ¿Qué razón hay, señor regio, para que sus ciervos desmerezcan su nombre y su tierra de esa manera? Sin dudas merecían la espada, no la mía sino cualquier otra, por poner en cuestión la dignidad de su majestad.
–Ah, hombre bravo y ponzoñoso eres, debes creerte ya perdido. No te basta con herir a mis hombres a filo de espada, aún quieres herir la dignidad de su soberano. Debes saber que tu tarea es inútil y tú arrebato un revoloteo de pájaro herido. Mi dignidad es grandísima, emisario y verdugo. Debo confesarle que su alcance es aún para mí indeterminado. ¿Desea entenderme o prefiere conocer ya su destino y aliviar el alma de una vez?
El prisionero se vio súbitamente libre de escolta. Se incorporó lentamente sin dejar de mirar al rey empotrado en su sitial, un tono azul y gris, que no lo había visto mover los labios ni dar indicación. Ni piedra, ni mármol, ni ninguna cosa preciosa exhibía aquel monarca. Su misma ropa era su piel, y su piel se fundía en el trono. Se encontraban solos en aquel salón inmenso, donde las últimas palabras del rey resonaron en todas las puertas, dentro de las vasijas y en la vaina de su espada ahora vacía. El mercenario se estremeció profundo en su corazón por el carácter totémico de aquella figura, en cuyo interior parecía encontrarse.
–Señor, no deseo que calle ahora, pero le advierto que estos ojos no son necios y han conocido hombres prósperos, riquísimos y grandes, de ejército poderoso y ganado numeroso, y aún eso multiplicado por mil. ¿No ha oído, acaso, de los faraones de Egipto y sus eméritos arquitectos y escribas? ¿Y de los infinitos sembradíos persas, o las invencibles huestes asirias, hijos de Ishtar? Los he transitado a pie descalzo y lomo seco, con los ojos sobre todo mi cuerpo. Hombre magnánimo, mueve tu mano sí te piensas tan grande ¿O acaso también tus hombres deberán indicarme la dirección a mi entierro?
El rey no se movió. Y sus manos eran verdes.
–Hubo una vez un hombre como tú en este reino. Digo uno, por no decir cientos, que son lo mismo. Ofició de mi espada y aspiró a sucederme, por creerse en exceso soberbio. Hábil y valiente, debo decir. No enfrentó condena alguna. Solo conoció las ásperas puntas del tiempo alejado de mí persona. Cuando estuvo viejo y decrépito, rendido ante sus huesos, lo ubiqué a mi lado en inferior asiento. Allí permaneció hasta que su vida se consumió a sí misma y sus hazañas fueron solo fábulas. Me pides que me mueva porque lo supones mérito grandioso. Solicítale lo mismo a la montaña, y no deberé señalar tu desatino. Has caminado los dominios de ávidos señores de la guerra, monarcas excelentes en busca de fortuna y gloría. ¿Qué es la ambición de poseer sino la imposibilidad de ser? Sus campañas de fútil conquista expresan como confesión esta distancia. El patético intento de prolongación artificiosa por medio del apellido y la dinastía sucumben a la maldición del cuerpo y del tiempo, que se erige como arma gigante y venenosa en la eternidad de la existencia. Hace siglos he logrado superar este anatema que aqueja al hombre, su separación inexorable del mundo que habita, pues yo soy este salón y este reino, las casas y los animales que nacen y mueren, el sendero que te ha traído y el monte, el bosque y la tierra donde has derramado la sangre de mi hijo, fertilizándola a mi agrado. Aquí, en mí, no eres sino algo semejante a un gusano, que ha vomitado su estiércol en silencio, sin perturbar la más trivial de mis meditaciones.
El guerrero temió por su alma. Buscó en los cielos un ángel, la palabra de Dios, pero solo encontró cúpula y piedra, material uniforme y homogéneo que constituía todo lo que allí se expresaba. Desesperó el héroe.
–Ah, señor ¿Cómo he de conocer mi infortunio de esta manera? ¿Que Dios maligno me ha conducido aquí y guiado mi espada? Su majestad sabe bien que mi oficio me impide la fraternidad, pero también la enemistad y el rencor. Su hijo ha perecido indoloro y boca arriba, como santo que asciende. Haga conmigo lo que bien crea, hombre poderoso, pues me tiene en su mano y es la diestra. Más debo decir, mis servicios puedo brindarle si me considera su siervo esta vez.
Las vasijas, numerosas en circunferencia continua, cercaban todas las paredes, y en su oscuridad fueron silencio. El rey hablo nuevamente, con voz que aturde y resplandece dejando ciego el corazón. En una pieza, el eco de una sola palabra inmensa se introdujo.
–Bendita es tu consciencia, pues te ha intuido pequeño. No has de temer soldado, ni esperar mi mano sobre tu cuerpo. Soy hombre grande y ahora lo sabes. Libre de batallas e influencias. El cielo no se involucra, el cielo no habla. El cielo no puede ser herido. Me han conocido por un nombre que ya no existe, y por el nombre de mis hijos y los suyos. El ciclo de la luna ha cambiado profundamente desde que deje de recolectar sus cenizas. Las vasijas que ahora ves representan está empresa, hábito honorable cada vez más extraño para mí, de rememorar hijos y mujeres, o dignos enemigos, confundiéndose, siendo la misma cosa. Más un pequeño número de vástagos intentó anularme y sucederme siéndome falsamente. Algunos me mostraron espada, otros conspiraron, pero todos me temieron. Temieron que al concluirme se abriera un pozo y se tragara el mundo entero, que la insolencia de un solo hombre condujera al resto hacia un mar de fuego y sal.
El rey calló y soplo un fuerte viento. El prisionero, conmovido, preguntó por la vasija más próxima, ornamentada con piedra excelsa, del lado justo del rey. Como por mano de alfarero santo, se perdió en la gracia de aquel objeto.
–Está vacía. Aun hoy es motivo de disputa. En una ocasión un mercader extraño de tierras lejanas se presentó para ofrecerme la corona del Rey Amarillo a cambio de sustento permanente. No acepté, pero de su bolsa salió un animal en forma de anillo que rodeó mi cuerpo. Dijo que era lo más antiguo que existía, dado que su tiempo es circular. Permití al mercader marcharse y al animal quedarse, dándole por él setenta y cinco caballos regios y el secreto sobre los pueblos del norte. Ahora su vida disputa con la mía el dominio de la última vasija. Aún permanece bajo mi túnica, pero no la verás. Ahora vete, te conducirán al límite del reino, que es el límite de mi conciencia. No debes volver, pues ten por seguro que lo sabré.
El guerrero fue instruido por sinuosos caminos que lo alejaron más y más del castillo. Sin embargo, no fue atenuada la presencia del rey hasta que llegaron a una cascada, pasado el bosque. Desarmado, temió que quisieran darle muerte y escapó en cuanto tuvo ocasión, perdiendo a los escoltas. Remonto el río y bebió de él hasta saciarse. Reviso sus posesiones, pocas de ellas restauradas en su rudimentario saco de viaje, invadidas por un color extraño. Entre ellas un mendrugo de pan, de igual apariencia al rey en tinte y aura, que descarto de inmediato. Retomó el aliento y antes de cruzar el río vio un nido de huevos de serpiente. Tomo una piedra y lo destrozó con violencia, provocándole un profundo dolor al rey. Cruzó el río y antes de alejarse se volteó hacia el castillo, viéndolo transformarse en sombra, y de sombra en nada, tras una honda niebla.
GIROS
Giros nace a comienzos de 2021, cuando la primera etapa de una joven cuarentena ya había pasado y sólo quedaba la incertidumbre de ver el mundo desde nuestras pantallas, un mundo en el que todo tenía una fecha de vencimiento cada vez más corta. Con la convicción contraria de la inmediatez y a partir de las obras de artistas sin los contactos necesarios para participar en los grandes medios, Giros publica su primera edición en febrero de ese mismo año.
Fundada por Gonzalo Selva (estudiante de cine), a los pocos meses se incorporan al equipo Joaquín Montico Dipaul (oriundo de Ingeniero White) y Gala Semich Álvarez (Licenciada en Letras).
Después de un año y medio Giros construye una comunidad y brinda la posibilidad a escritores, periodistas, ilustradores, poetas, fotógrafos de publicar sus primeras (segundas, terceras y cuartas) obras.
Giros busca ser un espacio para todo aquel que tenga algo para decir o mostrar.
El anacronismo nos convoca; el último tuit del influencer nos repele.
Seguinos en nuestro Instagram
© 2025. Todos los derechos reservados.