Salvaje
NARRATIVA
Agustina Ahibe
10/17/202514 min read
Por: Agustina Ahibe
Agustina Ahibe nació en Buenos Aires en 1996. Se graduó en la carrera de Ciencias de la Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires y se diplomó en lenguajes audiovisuales y feminismos. Participó de talleres literarios y trabajó como redactora creativa hasta comenzar su doctorado en Ciencias Sociales. Actualmente, trabaja como Becaria Doctoral CONICET estudiando la presencia de discursos públicos en medios. Publicó artículos en revistas y libros académicos, y relatos de ficción en revistas digitales.


Era domingo temprano cuando la tía Marcela llamó al fijo de casa. Me acuerdo del llamado porque lo atendí yo y porque cuando le pasé el teléfono a mamá fue la primera vez que escuché a un grande mentir. Mejor dicho: fue la primera vez que agarré a un grande mintiendo.
—Es que justo íbamos a ir a misa con Oscar y con mis suegros, viste. Y no tengo con quien dejar a la nena, además.
Yo sabía que era mentira porque sé qué es lo que es la misa. El primer viernes de cada mes nos sacan del aula para ir a la parroquia y ahí prendemos velas y comemos la ostia, que es el cuerpo de cristo, que está sufriendo en la cruz porque murió por nosotros y por eso hay que hacer silencio. Porque hacer silencio es tener respeto. Eso es la misa, y algunas familias van los domingos, pero la mía no. Mi abuela, a veces, pero nosotros nunca. Papá está acostado mirando la tele.
Mamá también iba a misa cuando iba al colegio de monjas, donde la conoció a la Tía Marcela, y las Tía Tere y Tía Silvi también. En realidad ninguna de ellas son mis tías, pero en casa siempre les dijimos así. Antes de conocer a papá y venirse a vivir a zona sur, mamá vivía en Belgrano con los abuelos, y tomaba el té todos los domingos con las tías. Ahora, cada vez las ve menos, porque ellas casi nunca vienen para casa. A mí no me gusta ir a los tés con mamá porque entonces tengo que jugar con los mellizos de la tía Silvi, que son varones y unos años más grandes que yo y quieren jugar a la pelota o con la computadora y a mí no me gusta jugar a la pelota y en casa computadora no tenemos.
—Bueno… Si no hay problema con que la lleve… Bueno, nos vemos en un rato.
Mamá corta y suspira. Me habla mal, cosa que no pasa nunca: me manda a lavar la cara y cambiar, que no me quede ahí mirando. Mientras, entra a su cuarto donde papá mira un partido en la tele de tubo. Papá le dice que para qué ir a lo de la Tía Marcela, que el domingo es día de estar en familia y mamá le dice que no, que el domingo siempre fue día el día del té y punto. Así dice: tomar el té y punto; hace un gesto con la mano que le hace sonar todas las pulseras de la muñeca. Yo la escucho desde el pasillo. Papá no le responde. Hace unos meses que empezó a abrir la bulonera de lunes a sábados y se fastidia porque no puede ir a la cancha y dice que estos chinos de mierda nos van a fundir, ahora que venden acá. En el cole justo este año entró una compañera nueva que es china, pero de Taiwán, que se llama Isabel (tenía otro nombre chino más difícil pero los papás le dejaron que se lo cambie). El primer día, en el recreo le pregunté si sus papás vendían tuercas y me dijo que no. Tornillos tampoco. Que tienen un minimercado cerca de la estación. Está bueno eso de elegirse el nombre. Yo me llamaría Yanina. Algo con más onda que Ana, si pudiera. Mamá ahora está en el baño poniéndose colorete con la blusa desabrochada en la espalda, me dice que me ponga el vestido lindo, el de los cumpleaños.
Mientras esperamos en el pasillo a oscuras a que la Tía Marce nos abra la Puerta del departamento, sentimos sus tacos acercarse. Cuando abre grita de emoción. La luz del departamento ilumina a mamá: es como si en la oscuridad del pasillo un mago hubiera aprovechado a cambiarla por otra, por una sonriente y alegre. No está más seria.
—¡Qué bueno que viniste, nena! ¡No venís nunca, sos mala eh!—La Tía Marce le da a mamá besos con ruido en los cachetes. La Tía Marce es rubia y tiene el pelo largo, salvo por el flequillo que se lo peina para atrás, con el secador de pelo. Tiene los labios grandes, con la carne toda para afuera como si fueran una herida de bala de cañón de pirata. Se pinta los bordes con un lápiz rosa perlado, como diciendo hasta acá llega la herida.
—Pasen, pasen. ¡¿Pero y esta chica?! ¡Anita, ya sos toda una señorita!
—Todavía no porque no me indispuse
—¡Ay! ¡Qué plato esta nena tuya, Laura!
La Tía Marce me llena de besos y nos lleva abrazadas por el pasillo hasta el living. El departamento está todo alfombrado en un rosa pálido. La Tía Marce prendió velas por toda la casa: hay olor a la iglesia cuando tenemos misa. Las otras tías están sentadas en sillones con volados y las saludo con un beso. Tienen olor a champán y comen masitas saladas, algo con forma de arrollado y mayonesa. Voy al cuarto de la Tía a dejar los abrigos. La Tía Marce está separada, vive sola con Celeste, que es adolescente y más grande que yo. Debe ser lindo vivir solo entre mujeres. En el living las tías chillan como si las estuvieran lastimando pero en realidad se ríen. Mamá es la única que no grita. Me acerco despacito por el pasillo para no molestar.
—¿Y ya las estrenaste, guacha? —Le dice la Tía Tere a la Tía Marce
Las tías se hablan así. Se dicen guacha, mala, bruja, perra, turra, pero no lo dicen en serio. Así habla la gente grande. La Tía Marce se ríe mientras se agarra las lolas, como si las pesara, y todas gritan de horror, fascinadas. Así se dice cuando las tetas las tenés operadas. Lolas. Haciendo un huequito con la lengua contra el techo de la boca para marcar bien las L. Mamá nunca les dice así, pero la conductora rubia de la tele sí les dice así. Las lolas de la Tía Marcela son duras y paradas como un maniquí, se las sentís cuando te abraza porque no usa corpiño. A mí todavía no me salieron, pero sí me están empezando a crecer. Me di cuenta un día que me dolían y cuando me apreté sentí una bolita dura como el carozo de un durazno. Mamá me compró un corpiño deportivo que es para chicas de mi edad.
Estiro el brazo para agarrar una canastita que tiene algo parecido a la ensalada rusa arriba y de repente se avivan de que estoy ahí:
—¿Lau, no prefiere ir a la cocina esta nena? Que están los chicos...
—Si, Ana, andá que estamos hablando cosas de grandes—Mamá me mira seria y no quiero que se enoje de nuevo como más temprano en casa, así que le hago caso.
—Deciles a los mellis que te conviden con Coca—La Tía Silvi me agarra la cola de caballo y me la peina. Es la más buena conmigo siempre, para mí es porque no tuvo hijas mujeres. Tampoco tiene el pelo largo como el resto de las tías, ni se pinta las uñas. Se viste igual que mi profe de lengua: pollera larga y medias de nylon.
En la cocina hay palitos salados, papas fritas de paquete y sanguchitos de miga. Los mellis me saludan con la cabeza cuando entro, pero no me dan mucha bolilla porque está Celeste mostrándoles cómo hace el globo de chicle. Celes es grande y tiene tetas, no lolas. Ellos respiran con la boca abierta mientras ella sopla el globo de chicle que se le explota y se lleva los dedos a la boca para despegarlo. Parece tonta. O una beba parece, pero con tetas.
—¿Quieren probar ustedes? —Celes se escupe el chicle en la mano y se lo da a un melli, no sé a cuál porque me los confundo.
—Qué asco nena—el melli le empuja la mano alejándola. Celes deja el chicle en el plato de los palitos salados.
—¿Me das uno Celes? —Pero Celes no me responde y sigue hablando con ellos
—¿Quieren venir al cuarto?, y les muestro la compu.
Los mellis se levantan sin chistar. Los sigo a la pieza de Celes, pero no me dejan entrar. Uno de los mellis se da vuelta y quiere cerrar la puerta:
—Vos no podés pasar.
—¿Quién dice?
—Yo digo.
—¿Y?
—Y que soy más grande que vos. Me tenés que hacer caso.
—Le voy a decir a mi mamá.
—Entonces yo le digo a mi viejo, que es coronel.
Me empuja de un hombro mientras cierra la puerta. El papá de los mellizos es el Tío Alfredo y es militar. Mamá dice que no ande diciendo mucho que es militar. Viven en un barrio privado y es macanudo el Tío Alfredo, pero papá dice que es insufrible y le dice “la morsa” porque tiene un bigote grueso y duro. Mamá me dice que no repita eso. Yo la verdad que no creo que al Tío Alfredo le moleste que pase a la pieza de Celes, pero tampoco me importa tanto. Vuelvo a la cocina y me tomo el vaso de Coca que dejó sin terminar uno de los mellis. Me como unos palitos salados. Ahí, en el borde del plato, está el chicle de Celes, rosa y brillante. Me lo meto en la boca. Tibio. Me voy al espejo del pasillo y mastico varias veces para ablandarlo y trato de hacer un globo, pero se revienta. Sigo mascando con la boca abierta en el espejo, rodeada de todas las velas aromáticas que encendió en cada mueble la tía. Me libero dos mechones de pelo de la cola de caballo y los dejo caer en la frente, los acomodo. Parezco Celes. De pronto me doy cuenta de que mamá y las tías no están gritando. Como cuando se apaga el motor de la heladera de casa. Trato de parar las orejas al living, al final del pasillo.
—Bueno, che. Tampoco es la muerte de nadie —La que habla es la Tía Marcela.
—¿Y sabés si vas a poder tener más chicos?
—No. Ni me interesa. Celes ya es adolescente, yo estoy grande. Ya está, se tenía que hacer y listo. Servime más champán, Tere.
—¿Y quién te lo hizo?—pregunta mamá.
—Un doctor colega de mi hermano, de las residencias. Churro el doctor, eh.
Nadie le responde. Desde donde estoy llego a ver en un ventanal del fondo a la Tía Silvi, que mira para abajo y toma champán.
—Silvinita debe estar pensando que soy una bruja. La bruja malvada del oeste, ¿O no, Silvi?—La Tía Marce se debe haber prendido un cigarrillo porque me llega el olor a humo.
—¿Qué querés que te diga, Marcela? Pareciera que te hacés la viva por provocar.
—Yo sabía—La Tía Marce se ríe pero ninguna de las demás entiende el chiste.
—¿Qué cosa?
—Que se iban a poner así. Vos, Silvina, especialmente.
—No empieces.
—Bueno, ¿qué hubieras hecho en mi lugar? ¿Tenerlo? ¿Y me lo cría él con la señora?
—¡Si la criatura no tiene la culpa de que el padre sea un…!
—¿Un qué? ¿Un salvaje? Dejémonos de hinchar Silvina, no nos hagamos las chupacirios.
De repente la Tía Silvi se larga a llorar. Hace ruido de moco y se tapa la cara mientras todas la miran asustadas, como si fuera un perro enfermo de rabia. Me acerco por el pasillo a ver si las veo mejor. Mamá se para y la agarra de los hombros y le pregunta qué le pasa. La Tía Tere le sirve champán. La Tía Marce fuma en silencio y no la mira. Sigue teniendo el maquillaje intacto, pero de pronto está pálida. Es la más linda la Tía Marce.
—Perdoname, Marce, perdoname. Es que…—Se suena los mocos con una servilleta—Estoy mal de los nervios, me parece que Alfredo anda en algo.
—¿De nuevo? —pregunta la Tía Tere.
—Shh, bajito. Que no sientan los chicos. Sí, de nuevo. El finde lo mandaron a la costa, a un operativo, dijo. Pero yo ya me lo huelo, lo conozco.
Todas, salvo la Tía Marce, le acarician los brazos y la espalda.
—Sil, No… no tenía idea. Perdoname, yo también debo andar nerviosa —La Tía Marce habla mirando fijo al ventanal mientras fuma—Tere, buscate otro champán, gorda. En la heladera.
La Tía Silvi se suena los mocos de nuevo.
—Voy. Y cuando vuelva cambiamos las caras eh, nos olvidamos.
Me fui rápido por el pasillo hasta los cuartos para que la Tía Tere no me vea. La pieza de Celes tiene la puerta cerrada todavía y se escucha la risa de ella. Me meto al cuarto de al lado, al de la Tía Marce. En el cuarto de la Tía Marce también hay velas encendidas en la cómoda. Está la tele prendida en el programa de la conductora rubia. Sobre la cómoda de la Tía están sus pinturas. Agarro el colorete y me pongo en las mejillas, dos círculos bien marcados para que me levante los pómulos. La conductora se ríe abriendo la boca y tirando la cabeza para atrás. Encuentro el lápiz labial rosa perlado de la Tía Marce y me pinto la boca pero solo los bordes de los labios. Me alejo y miro el espejo. Ya sé qué me falta: abro el primer cajón de la cómoda para sacar dos medias y hacerlas bollitos chiquitos pero mientras me las meto por el cuello del vestido veo que en el cajón de la tía hay un sobre de fotos reveladas entre las bombachas y las medias. Lo abro: la primera foto es de la Tía Marce en ropa interior, tirada en una cama. Se ve que entonces sí usa corpiño, pero a veces. En la segunda está arrodillada, como en la misa, pero enfrente de alguien, de un señor. La tercera salió mala, por el flash, pero se ve una lola de la Tía y una lengua que sale de adentro de un bigote y se derrama toda encima de la lola dura de la Tía. La conductora platinada en la tele dice que vamos a una pausa. Siento a mamá que me llama por el pasillo. Guardo las fotos así nomás.
—Ana, ¿no sentís que te estoy…? ¡¿Pero qué es lo que hacés pintada así?! Anda a lavarte la cara ya.
Mamá casi que me arrastra por el pasillo, pero justo nos chocamos a la Tía Marce que sale del baño y nos agarra.
—¡Wooow! Ahora sí que es toda una mujer, ¡qué divinura esta chica!
La Tía me abraza y me aprieta con las lolas en la cara, como al tipo del bigote. Tiene olor a champán.
—Vení, que la tía te va a servir helado, corazón.
En el living me siento en los sillones de volados con las tías. La Tía Tere me dice que estoy linda. La Tía Silvi no dice nada, está callada y revuelve el helado.
—Tomá, nena, te sirvo de todo un poco.
La Tía Marce me alcanza el helado. Al final el turro del melli se confundió conmigo, porque ahora estoy acá con las tías y puedo charlar con ellas de cosas grandes. Ellos son chicos, y estarán jugando en la compu como los chiquilines que son, con Celes. La Tía Marce sigue repartiendo copas con helado, habla fuerte.
—Anita, contanos ¿tenés novio?
—Es una nena, Marcela—La Tía Silvi parece fastidiada.
—No, pero me gusta un chico.
—¡Ay, sentila! ¡Qué rica! No, no, Laura. Es un plato en serio esta nena. ¿Cómo se llama, Anita? El chico que te gusta.
—Se llama Gastón pero no me da bolilla, porque se sienta lejos mío.
—¿Y vos le decís que te gusta?
—¡Ni loca!
Las tías se ríen. La Tía Silvi, que estaba muy seria, levanta la vista y me ve y se sonríe. Como si recién ahora se diera cuenta de que estoy ahí con ellas. Las tías se ríen más conmigo que con mamá, pero mamá también se sonríe. Sigo:
—... Además, es amigo de Pablo, que hizo el curso de catequesis para la comunión conmigo y me dijo que le gustaba. Y a mí mucho no me gusta Pablo, porque le pusieron los aparatos hace poco, pero bueno… en época de guerra, cualquier agujero es trinchera.
Mamá abre los ojos espantada y las tías se ríen a carcajadas.
—¡Ana! ¿De dónde sacas esas cosas?
—¿Qué tiene? Lo escuché decir en la tele.
Al final los mellis son unos tarados y Celes tendrá tetas, sí, pero para ser grande en serio hay que saber ser divertida y hacer reír a las tías, y hablar como ellas, que se dicen turra y guacha, pero se quieren.
—Parece hija tuya, Marcela, por como habla—La Tía Tere se sirve un cachito más de helado.
—Con la diferencia de que yo no quiero ni busco macho.
—Mentira eso.
Las tías me miran divertidas. Deben pensarse que hablo en chiste.
—¿Y las fotos con el del bigote? — Silencio. La Tía Marce se pone blanca, se le cae la copa de helado al piso, entonces todas la miran. Yo me levanto y aprovecho para servirme unas cucharaditas más de banana split. No entiendo por qué no se ríen—…Sos turra tía, eh.
—¡Ana! ¿Cómo vas a hablar así? —Pero mamá no me mira a mí, la mira a la Tía Marcela.
—¿Qué fotos Marcela? —pregunta la Tía Silvi
La Tía Marcela sigue agachada, limpia el helado de la alfombra. No escucha, parece.
—Marcela, ¿qué fotos con qué tipo de bigote?
—¡No sé, Sil! Inventos de esta nena.
—¡Las fotos de la cómoda, digo! ¡Y no soy nena!
Mamá me tira del ruedo del vestido y me hace una mueca para que me calle. LaTía Silvi se levantó como un zombie y fue corriendo al cuarto. La Tía Marce va atrás de ella gritándole que no, que no, no no. Que no es lo que ella piensa. Mamá y la Tía Tere se miran entre ellas y no entienden nada. Se olvidaron de que yo sigo ahí, entre ellas, con la cara pintada. El grito de la Tía Silvi nos asusta a todas. Se escuchan golpes. Pareciera que están jugando a algo, porque se las siente correr muebles. Un portazo.
La Tía Marce aparece por el pasillo con el sobre de fotos en la mano.
—Gordas, yo lo siento mucho, pero se van a tener que ir. Yo no sé qué le agarró a…
Pobre Tía Marce, que no la vio venir. La Tía Silvi salió de atrás de ella y le agarró el pelo. Tan largo y lindo que lo tiene la Tía Marce, con las mechas claritas. Le tiró del pelo hasta que quedó arrodillada. La Tía Marce grita igual cuando se ríe que cuando llora. Mamá y la Tía Tere les gritan que paren, que van a escuchar los chicos. Gritan cosas, la nombran a Celes, dicen que me van a asustar a mí, que miren con qué cara las miro. Es mentira eso: yo no tengo miedo. Quiero ver quien gana, pero es difícil porque las dos se están pegando igual de fuerte. La Tía Marce araña con las uñas acrílicas pero la Tía Silvi patea, la patea fuerte a la Tía Marce que se cae arriba del mueble del pasillo con las velas. La patada le sacó el aire: es como si las lolas se le hundieran en las costillas mientras se dobla y tira el mueble. Las velas manchan la alfombra y a la Tía Silvi. El nylon de las medias agarra enseguida. La Tía Silvi chilla y se da golpes en los muslos para apagar el fuego mientras mamá la agarra. El fuego trepa por la alfombra a las cortinas. La Tía Tere corre a la puerta y grita por el portero, toca timbres de vecinos. Vuelve con un matafuego y rocía a las dos tías y a mamá, y las cortinas con volados. Celes y los mellis salen de la pieza y preguntan qué es ese barullo, pero la Tía Tere los encierra de nuevo. Mamá agarra el teléfono, pide una ambulancia. Yo aprovecho para acercarme un cachito. Las dos en el piso quedaron. La Tía Silvi tiene las medias chamuscadas sobre la piel. Está de costado llorando, pero bajito, ya no grita. La Tía Marce en cambio quedó en cuclillas, con la cara arañada y el maquillaje corrido. A mí me parece que ganó la Tía Marce. De las cortinas todavía sale humo y el polvillo blanco de la espuma del matafuego cae despacito, como una llovizna de hadas que las baña a las dos y a todos los muebles con volados. Así, blancuzcas y quietitas, las tías parecen esas estatuas de vírgenes que lloran. Tan tranquilas. Tan lindas, las tías.
GIROS
Giros nace a comienzos de 2021, cuando la primera etapa de una joven cuarentena ya había pasado y sólo quedaba la incertidumbre de ver el mundo desde nuestras pantallas, un mundo en el que todo tenía una fecha de vencimiento cada vez más corta. Con la convicción contraria de la inmediatez y a partir de las obras de artistas sin los contactos necesarios para participar en los grandes medios, Giros publica su primera edición en febrero de ese mismo año.
Fundada por Gonzalo Selva (estudiante de cine), a los pocos meses se incorporan al equipo Joaquín Montico Dipaul (oriundo de Ingeniero White) y Gala Semich Álvarez (Licenciada en Letras).
Después de un año y medio Giros construye una comunidad y brinda la posibilidad a escritores, periodistas, ilustradores, poetas, fotógrafos de publicar sus primeras (segundas, terceras y cuartas) obras.
Giros busca ser un espacio para todo aquel que tenga algo para decir o mostrar.
El anacronismo nos convoca; el último tuit del influencer nos repele.
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