Soliloquio

POESÍA

10/29/20252 min read

Por: Candela Rodríguez González

Nació en Corrientes en 1999. Es periodista profesional y escritora aficionada. Desde joven mostró afinidad por la obra de Julio Cortázar, encontrando complicidad en su ironía y en su mirada sobre lo cotidiano. Realizó especializaciones en periodismo narrativo, estudios de género y diversidad, y completó cursos complementarios de comunicación y salud. Interiorizada en ensayos críticos sobre derechos humanos, feminismo y teoría social, su escritura, pocas veces compartida, constituye un espacio de reflexión personal y colectiva. Elige el silencio cuando sus palabras no pueden construir de forma significativa.

Soliloquio

Si estuvieras dispuesta

a dar un solo paso firme,

si correspondieras

los retazos de emocionalidad

que voy dejando

en los intervalos de nuestra historia,

me apresuraría a reconocer:

Los fantasmas se mantuvieron al acecho,

advirtiendo el momento más frágil

para emboscarnos.

Me preocupó que aceptaras

que las masas

no actúan de esta manera.

Me preocupó que te convencieran

de que las experiencias crudas y reales

no deben compartirse,

porque eso crea redes.

Me preocupó que consintieras

que tu compañía debía ser retirada

cuanto antes.

Somos los anormales

en el mundo individualista

que no advirtieron.

No era una batalla,

pero ellos ganaron.

Me enojé y quise pelear,

pero ¿contra quiénes?

Simplemente desistí

ante rivales deshabitados.

En medio de tu ausencia

marché codo a codo

con la fidelidad del dolor.

Tu silencio prolongado

me hizo crear las respuestas.

Me ilusionaba

que vinieras a buscarme,

pero ese momento nunca llegó.

Mi mente, con incertidumbre,

y mi corazón con dolor,

no anticipó la posibilidad

de que eligieras no regresar.

El dolor se halló

en tu felicidad al verme.

El daño del tiempo

era un mito.

El lugar donde fui feliz

parecía no estar destrozado.

El dolor se aclimataba

cada vez que volvías

a regalarme una sonrisa.

El dolor tomó muchas formas,

pero nunca se hizo más sostenible.

De tan enraizado que estaba,

acabar con él

también acabaría conmigo.

Yo era su recipiente perfecto,

una presencia vacía.

No importó que el tiempo

levantara su muro fronterizo.

No me invalidó

arrastrar esta corporeidad

rasgada y atormentada.

Cuando te conocí,

atestigüé una afamada idea

que llamé “después”.

Cuando te conocí,

ya no quise recibir a nadie,

aunque el hogar permaneció vacío.